En su habitación ella espera, como
casi todas las noches.
Ya llevaba siempre consigo una
linterna, porque la primera vez que le vio se asustó mucho. Pero
ahora que se había acostumbrado a su presencia le agradaba mucho
encontrar su rostro en la oscuridad.
Le gustaba que viniera porque solo
hablaba con él. Era el único privilegiado que escuchaba su voz.
Porque ella sabía que papá y mamá la querrían más si permanecía
en silencio siempre. Al menos, eso le dijo su maravilloso amigo.
Recordaba la conversación que habían
tenido la noche anterior. Esta noche es muy diferente a esa, se han
desvelado demasiadas cosas terribles para su inocente mente, y no es
capaz aún de asimilar lo que está ocurriendo delante de sus ojos.
La noche anterior:
-¿Has tenido un buen día hoy,
Jenna?-Le preguntó él, con una sonrisa amable y cariñosa, cándida,
como siempre.
-Sí, como todos.-Respondió ella, y
suspiró.-¿Cuándo voy a poder hablar?
-Pronto. ¿Sabes? He encontrado algo
maravilloso y mágico que te gustará.
-¿El qué?
-Es una poción mágica.-Le dijo él, y
sacó un pequeño frasco, como los que enviaba a sus padres cada año. Sin embargo, ya no era necesario, puesto que ya no los necesitarían. Ella ya tenía lo que
necesitaba delante de sus ojos.
-¡Ala!-Casi exclamó, aunque se tapó la
boca, para asegurarse de que no la han escuchado. Permanecieron en
silencio, expectantes. Pero nada ocurrió.-¿Y qué hace?
-Te da respuestas.-Le explicó él,
acariciando su mejilla.-Mañana por la noche, dale a papá y a mamá
un zumo con esta poción. Si ellos se quedan jugando contigo toda la
noche, te quieren de verdad. Si por el contrario, se quedan
dormidos... es que no te quieren, cariño.
Ella cogió el frasquito, y lo miró con
algo de miedo.
[...]
Y esta noche...
Esta noche ella ha descubierto al fin
la verdad. No es querida, solo hay una persona en el mundo que la
quiere de verdad.
Permanece de pie, observando con miedo
el cuerpo dormido de su padre, que ha caído con fuerza al suelo y se
ha herido la frente.
Comienza a llorar, sin creerlo. Pero
llora en silencio, por un dolor que proviene del corazón.
Detrás de ella, una figura conocida.
-Te dije que no te querían...-Le dice
el hombre, agachándose y acariciando sus hombros, mirándola con
fingida tristeza. Jenna le mira, con las mejillas empapadas.
Él, se incorpora y le sonríe. Le
tiende la mano, mirando sus ojos con calidez y cercanía. Ella
titubea y vuelve a mirar a su padre.
-Es hora de irnos.-Vuelve a decir el
hombre.
Y la pequeña, se gira. Observa su
mano, y tiende la suya con cuidado y algo de miedo, hasta rozar la de su amigo.
Finalmente, ella le sonríe.
-Gracias, Marcos.
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